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La paradoja de la máquina del tiempo
Esto lo escribí en el 2006 pero creo que vale la pena recordarlo…
Hace unos años vi una película acerca del libro de H. G. Wells, «La máquina del tiempo», la verdad es que nunca leí la obra, pero en la película se muestra, como motivo para la creación de la máquina del tiempo, la muerte de la prometida del científico a manos de un raterillo de poca monta en un parque. Esto ocurre, para mayor calidad dramática, en el momento en que él está proponiéndole matrimonio a la hermosa mujer… parece telenovela del 2, en fin, el caso es que esa muerte trágica y no aceptada crea una obsesión en el científico, capaz de romper las leyes de la física clásica para, con los escasos elementos tecnológicos de su época (principios del siglo veinte me parece), crear una artefacto capaz de viajar en el tiempo, hacia atrás y hacia adelante según sea el ajuste que se haga en los flamantes contadores mecánicos de la máquina. El tipo empieza a viajar al pasado para, obviamente, rescatar a su hermosa novia de las garras de la muerte. Triste sorpresa nos llevamos tanto el científico como los espectadores al resultar que, cada vez que la chica es rescatada, vuelve, misteriosamente y por distintas causas a morir, casi inmediatamente. ¿Por qué? se pregunta nuestro triste inventor. Y para responder a esto decide viajar al futuro, sufre un desafortunado accidente y deja la máquina encendida, de tal forma qué viaja miles y miles de años al futuro.
El futuro que encuentra cuando despierta consiste en pequeñas colonias de personas que habitan la superficie y son todo amor y ternura. Claro como en el caso de cualquier sociedad, están los malos, en este caso son una especie de trogloditas que viven en cavernas subterráneas, no entienden razones y se roban a los buenos, quien sabe para que cosas, algo así como una mutación de microbusero con mocha-orejas.
Los malos son gobernados por un súper-inteligente y muy pálido ser, que habita también las profundidades y controla mentalmente tanto a los malos como a los buenos, para seguir con la analogía diremos que es algo así como Emilio Azcárraga (padre, por supuesto). Este delincuente de cuello blanco (panza blanca y todo blanco, bueno por lo menos lo que se ve en la película, que es clasificación A) resuelve, en el clímax de la historia, la duda del inventor, le dice algo así como: “dado que la muerte de tu novia te llevó a construir la máquina del tiempo, el rescatarla te impediría hacerlo, entonces si estás aquí y en consecuencia la máquina existe, tu novia deberá morir las veces que sea necesario para que esta realidad sea posible”.
Al aceptar esta relación causa-efecto de la cosas y aceptar, en consecuencia, la muerte de su amada, el científico decide matar al delincuente de cuello blanco y quedarse con una de las buenas, muy buenas por cierto, muchachas que viven en la superficie y de la cual se ha enamorado. Son felices por toda la vida, hasta que alguien vuelve a inventar el matrimonio, las oficinas y los impuestos.
¿A qué viene todo este cuento?, bueno, pues me pregunto, ¿cuantos de nosotros quisiéramos inventar la máquina del tiempo? Para rescatar de la muerte a las personas que hemos amado y se han ido, ¿cuantos de nosotros quisiéramos viajar al futuro para encontrar la cura del cáncer o del SIDA o de la diabetes?, para regresar con ella y salvar a un padre, a un hijo o una esposa, de tanto dolor, de tanto sufrimiento y al final tal vez de la muerte.
Estamos todos tan seguros de que si esa persona amadísima no hubiera muerto seríamos ¡tan felices!. Estamos todos tan seguros y no dejaríamos de jurar que antes de que se fuera, todo era mejor, más fácil y además, claro, haríamos tantas cosas que no hicimos juntos.
Mi hijito me decía siempre “papá: el hubiera no existe” y en el blog de un amigo leí que hubiera es el verbo haber conjugado en “pasado pendejativo”. Tienen razón, ambos la tienen, EL HUBIERA NO EXISTE, como no existe el pasado y no existe el futuro, todo es presente, un presente continuo que se debe vivir para, como decía Jonh Lenon, no dejar que la vida sea eso que pasa mientras hacemos otros planes.
Por supuesto que yo me imagino todos los días lo feliz que sería si mi bebecito viviera, pero también reconozco todo lo que su sufrimiento y su muerte me ha enseñado y al final creo que eso es precisamente lo que me ha abierto los ojos a una vida que no conocía, a una necesidad de dar amor en lugar de mendigarlo, a una necesidad de aprender en base a vivencias no a conjeturas, a una necesidad de disfrutar el aquí y el ahora. Me enseñó a perdonarme y a perdonar, a aceptar el sufrimiento y la muerte, como dos vías que nos brinda el universo para crecer, para encontrarle sentido a la vida. Es decir, que de alguna manera la muerte me enseño a vivir y me llevó a un futuro prometedor y lleno de esperanza, por seguir la analogía del libro.
Así que, me niego a vivir mi “paradoja de la máquina del tiempo” por el resto de mi vida, si así fuera la muerte de mi hijo sería en vano y eso no lo puedo permitir, NO, el me enseño que la vida vale la pena, no le importó estar enfermo, perder la vista, todo el dolor y todas la vejaciones que sufrió, el nunca se amargó ni nos reclamó nada, ni a nosotros, ni a Dios, ni a la vida. Sus última palabras antes de perder la fuerza para hablar fueron, cuando le pregunté como estaba, “Yo estoy bien papá y ¿tú?” yo estoy bien, lo extraño muchísimo y a veces la tristeza me confunde mucho, pero me repito todos los días que la muerte, como parte de la vida, no debe ser un drama, que la muerte enseña y da más de lo que quita, si podemos aceptarla.
No hay nostalgia peor, que añorar lo que nunca jamás sucedió
Esta frase de Joaquín Sabina no me dejó dormir anoche.
Qué tristes son los recuerdos de lo que nunca pasó, por las circunstancias, por mis miedos, por mi inmadurez o simplemente porque soy muy pequeño.
Añoro tantas cosas que no tuve, y es absurdo, porque el tiempo no regresa.
Las cosas que no dije a mi padre y que rezo ahora en una tumba que en realidad está vacía como mi corazón, como mi vida.
El tiempo que no pasé con mi hijo y el amor que no le di.
No se puede dar marcha atrás, no se pueden enmendar las cosas no hechas, no se puede pedir comprensión a los demás cuando ni siquiera me entiendo a mí mismo.
Y vivo en el presente evitando hacer lo que quiero porque no me quiero lo suficiente. Sigo alimentando mis recuerdos de las cosas que no hago, para hundirme mañana en la nostalgia del ayer, para seguir llorando por lo muertos con los que ya no puedo hablar, por los que se han hartado de mí y se han marchado, por los que he dejado atrás.
Y vivo en el presente y así empiezo otra vez a tratar de olvidar lo que no hice, porque no hay nunca una segunda oportunidad.
Lo juro, no puedo trabajar así…
Empecé este blog porque por la lentitud en la toma de decisiones del director de ventas no puedo empezar con la implementación del módulo de CRM que terminé hace varios días, hoy se me ocurrió agregarle 2 o 3 adornos pero maldita sea, el güey del departamento de mercadotécnia (compuesto sólo por él) está dándole un curso a dos vendedores y entre sus explicaciones de escuela rural, la lenta de los vendedores, el tema que es como de estadística avanzada (por lo menos para ellos), más sus gritos, porque todo el tiempo hablan a gritos… estoy hasta la madre, por eso me puse a postear, escuchar a Metallica con los audífonos y esperar que den las 8 para largarme. Ahora sé lo que me espera en el infierno.
Autocompasión
El 3 de agosto mi hijo cumplió 4 años de muerto y hoy mi padre cumpliría 59 años.
He notado que en días como este cuando la autocompasión se apodera de mí siempre pienso en ti. Y me pregunto ¿quién eres tú? ¿dónde puedo encontrarte? ¿cómo puedo ponerme en contacto contigo?
He intentado de todo y al final sólo te encuentro en mi cabeza y a menudo te doy el mismo nombre aunque a veces lo cambio y te cambio la figura para no obsesionarme y no ir a buscarte.
Me siento solo y pienso en ti o pienso en ti y me siento solo, ya no sé; pero tampoco importa porque tarde o temprano todo termina y ya sea que termine esta necesidad de ti o termine yo, sé que esta desesperación desaparecerá y vendrá algo nuevo. Bueno o malo ¿cómo saber? pero eso sí, nuevo; porque todo cambia y nada es para siempre, ni los padres, ni los hijos… ni siquiera el amor.
El maestro Zen y el niño
Al cumplir los 14 años, al niño le regalan un caballo y todo el pueblo exclama “¡Excelente!”, pero el maestro zen dice “Veremos”.
A los dos años, el niño se cae del caballo y se rompe la pierna, todo el mundo exclama “¡Que terrible!”, pero el maestro zen dice “Veremos”.
Luego empieza una guerra y todos los jóvenes son enviados a combatir, excepto él por estar inválido y todos dicen “¡Estupendo!”.
Pero el maestro zen dice “Veremos”.
La noche oscura del alma
Después de que murió mi hijo estuve en terapia con Pedro, mi psicólogo por llamarle de alguna forma, la principal enseñanza que él me dejó es la idea de que el sufrimiento lejos de ser una castigo es una enseñanza, siempre que en ese sufrimiento que nos toca vivir encontremos sentido.
Sería muy difícil para mí explicar el sentido del sufrimiento pero a un nivel que no puedo expresar con palabras siento que lo entiendo.
En alguna sesión Pedro mencionó algo “… eso que vivieron es la noche oscura del alma…” he estado recordando estas palabras y me encontré algunas cosas que llamaron mi atención al respecto.
San Juan de la Cruz desarrolló su doctrina en base al término noche oscura y hay un poema suyo al respecto.
Las cosas que leí están plagadas de los conceptos católicos de las pruebas que Dios nos pone para purificarnos y cosas por el estilo obviamente por provenir de un santo católico.
Al margen de mis ideas en contra de los conceptos del Dios bueno y el Diablo malo, de las pruebas y las tentaciones, me parece un tema de lo más interesante porque explica de alguna forma mi sentimiento de que el sufrimiento tiene sentido y que en efecto viví mi noche oscura del alma con mi hijo y tal vez aún no he salido de ella y más aún tal vez nunca lo haré, pero ya no tengo tanto enojo porque sé que todo lo que pasa tiene que pasar, para un bien mayor que tampoco entiendo pero que puedo sentir que existe.
El uso del símbolo de la noche consiste en la idea de continuidad, de la terminación de los límites, del vacío y de la soledad, yo mismo viví todo esto en el hospital mientras mi hijo moría lentamente sin que nada ni nadie pudiera hacer algo para evitarlo, fue en esas noches cuando sentí que Dios estaba contra mí que me estaba castigando, que me estaba poniendo a prueba o que me había puesto a prueba y había fracasado y el dolor que sentía era la consecuencia. Pero Juan sostiene que nada en el amor es oscuro o destructivo, pero por quienes somos y por la purificación que necesitamos se experimenta el amor como oscuro.
Después me di cuenta de mi vanidad idiota, creer que Dios sería capaz de torturar a un niño inocente para castigarme era nada más que mi narcisismo llevado a niveles tan absurdos como ese.
Juan de la Cruz asegura que el amor de Dios está en algún lugar, presente en medio de los desechos de la vida pero que inicialmente no será experimentado como amor, yo entiendo esto como lo que mencionaba al principio, de alguna forma hay sentido en el sufrimiento pero estamos tan escondidos en el ego que apreciamos todo como castigo y como dolor y no somos capaces de ver el amor y el sentido que nos dan estas experiencias.
Obviamente no hablo del amor como lo entiende la mujer golpeada por un marido imbécil que después de humillarla, de alguna manera estúpida la convence de perdonarlo con argumentos en los que el amor no es más que una palabra de la que se abusa y que funciona como arma para someter a una persona frágil que no quiere mas que ser amada.
Me daría tristeza pensar que alguien leyera esto y la única conclusión que tuviera fuera algo así como “entonces, me pega porque me quiere”.
Pero, sin embargo y de una manera que no se puede entender hasta que se siente, el motor del sufrimiento es el amor y cada quien juega el papel que le toca para experimentarlo, tomemos como ejemplo el caso de Judas, ¿no sería cierto que sin él, el amor de Jesús se experimentaría de una forma completamente diferente?
No se trata creo, de quién durante este sufrimiento nos ama y quién nos hace sufrir, al final cada cual si tiene paciencia, confianza y perseverancia, como aconseja Juan, entenderá porqué vivió o está viviendo su noche oscura.
Lo más grave sería solucionar o sanar esta condición de forma artificial y es absurdamente lo que la mayoría de la gente que nos “quiere” intenta hacer con nosotros, terapias ocupacionales para olvidar nuestros problemas, volverse a subir al caballo lo más pronto posible, enamorarnos otra vez aunque sea del primero que pasa, emborracharnos, drogarnos, dormir, endurecernos para no sentir, etc.
Juan aconseja enfrentar la condición, entrar en ella hasta el fondo, yo diría: vivirla, llorarla, morderla, patearla… con paciencia, con buen talante como dice Victor Frankl, y allí donde el corazón esté luchando con más fuerza estar atentos a la llegada del amor, qué se presenta a veces de las formas más extrañas.
No siempre lo más álgido de la lucha es evidente, no siempre es cuando el problema esta ahí de una forma cien por ciento comprobable, a veces la lucha más fuerte es cuando en apariencia el sufrimiento terminó y valientemente decidimos salir de nuestra depresión, a veces esa es la verdadera lucha y pareciera que los eventos anteriores tuvieron como único objetivo llevarnos a ese punto, para encontrarnos de pronto con el amor.
Insisto en mi idea de que el sufrimiento no es castigo y no trato con esto de minimizarlo ni de enaltecerlo, no creo que sea el único camino para que despierte en nosotros ese amor que no vamos a recibir de nadie si no viene antes de nuestro interior y que no vamos a poder dar a nadie si no es antes para nosotros mismos. No, no creo que sea el único camino ni que sea el mejor pero es el único que yo he experimentado.
Y ahora te despiertas en mi corazón, donde en secreto moras, escribió Juan de la Cruz. Pero rápidamente se corrige y dice que no fuiste "tú" quien se despertó, sino que fui yo quien despertó al amor siempre presente y siempre a mi alcance.
Si Dios existiera
Si Dios existiera le pediría:
Volver a ver a mi hijo.
Fuerza para no dañar a la gente que amo.
Sabiduría para protegerte sin mentirte.
Coraje para renunciar a lo que no quieras darme.
Conformarme con lo que tengo mientras lo tenga.
No compararme con nadie ni con mi pasado, haya sido bueno o malo.
No esperar nada del futuro que no existe.
Poder renunciar a mis necesidades a cambio de tu felicidad.
Seguir soñando.
Morir antes de convertirme en un villano.
FÉ…
Es imposible no terminar siendo como los otros creen que uno es
Ha sido tanto el tiempo y el esfuerzo invertidos en formar mi coraza hacia los demás que creo que terminé por convencerme yo también de ser lo que todos creen que soy… un solitario y engreído payaso.
Mi necedad por alejar a las personas me dejó con un palmo de amigos que también poco a poco se van, hartos de mi sarcasmo e ironías.
No siempre he sido así, hubo un tiempo en el que creía fielmente en los principios elementales de una vida feliz:
- Estudiar una carrera.
- Formar una red de contactos útiles en lugar de una red de amigos inútiles.
- Ser exitoso en el trabajo, es decir, ganar mucho dinero, ser el jefe, etc.
- Comprar una casa.
- Sembrar un árbol.
- Viajar por el mundo, ir por lo menos una vez al año a un lugar que no se ha visitado antes.
- Buscar y encontrar a la mujer perfecta.
- Casarse con la mujer perfecta.
- Tener hijos.
- Formar hijos perfectos.
- Respetar y mantener a tu padre y madre… y a los de la mujer perfecta.
Afortunadamente los eventos de mi vida me han llevado a la conclusión de que nada de eso es real, es todo simplemente un juego, con reglas tan banales como cualquier otro, como el fútbol por ejemplo: no te salgas de la cancha, no toques el balón con las manos… llega a la meta.
Para qué sirve todo esto sino para jugar… el éxito o el fracaso en cualquier juego depende de la habilidad que tengamos para jugarlo y ésta a su vez de que tan bien fuimos entrenados para jugar.
Pero ¿todo esto tiene sentido? yo digo que no.
El sentido no está en los juegos que jugamos ni en los caminos que escogemos. El sentido está dentro de nosotros y para llegar a él hay que atravesar una coraza que desgraciadamente se hace cada vez más gruesa con nuestro empeño en seguir las reglas que hemos decidido cumplir en pos de una felicidad que parece siempre inalcanzable y que en consecuencia nos llena de frustración.
Y cada nuevo éxito, al igual que cada nuevo fracaso, nos cubre con una nueva capa de lodo que se seca y se hace piedra, haciéndonos olvidar lo que somos, a lo que venimos a este mundo.
Por lo regular son las grandes desgracias de nuestras vidas los únicos eventos que nos quiebran, que fracturan esas capas sobrepuestas de éxitos y fracasos… Y claro como nadie nos enseña a manejar semejantes situaciones no atinamos más que a deprimirnos, a perdernos, a maldecir, a negar y renegar por lo que nos pasa.
De éstas crisis lo único que nos queda al final son nuevas corazas, nuevas reglas, “nunca volveré a llorar”, “nunca me volveré a enamorar”, “nunca volveré a creer”, “nunca volveré a mostrar mis sentimientos”, “siempre desconfiaré”, “siempre tendré miedo”, “siempre seré fuerte”, “siempre seré el primero en irse”, “engañaré antes de que me engañen”…
Y nos formamos una imagen adhoc. Y empezamos a actuar de acuerdo a nuestra nueva apariencia, sin importar que de vez en cuando, en nuestro interior algo nos pida llorar, algo nos pida creer, algo nos pida ilusionarnos… “there’s a bluebird in my heart that, wants to get out, but I’m too tough for him… y que nadie puede ver.
Y así, inevitablemente la gente nos empieza a catalogar, nos pone la etiqueta que nos identifica como peligrosos, como personas a las que no es bueno acercarse, nos convertimos en la manzana podrida que hay que sacar del costal y nos quedamos solos.
Hasta que en nuestra soledad, sin nadie para ver en nuestro interior, nos convertimos poco a poco en lo que la gente cree que uno es.
Mi nombre es Legión porque somos muchos
«…Al ver de lejos a Jesús, vino corriendo a postrarse ante él, gritando con fuerza: «¿Qué quieres de mí, Jesús, Hijo de Dios, el Altísimo? ¡Te conjuro por Dios, no me atormentes!»Porque Jesús le había dicho: «¡Sal de este hombre, espíritu impuro!» Después le preguntó: «¿Cuál es tu nombre?» Él respondió: «Mi nombre es Legión, porque somos muchos». Y le rogaba con insistencia que no lo expulsara de aquella región. Había allí una gran piara de cerdos que estaba paciendo en la montaña. Los espíritus impuros suplicaron a Jesús: «Envíanos a los cerdos, para que entremos en ellos». Él se lo permitió. Entonces los espíritus impuros salieron de aquel hombre, entraron en los cerdos, y desde lo alto del acantilado, toda la piara -unos dos mil animales- se precipitó al mar y se ahogó…»
Creo que lo que siempre me ha parecido fascinante de este fragmento del evangelio según San Marcos es el anhelo de encontrar algo o alguien que mágicamente expulse lo demonios que hay en mí, mis demonios personales por llamarles de alguna forma. Mi egoísmo, mi narcisismo, mi intolerancia, mi melancolía… en fin, “Mi Legión” porque son muchos.
Ese alguien, seguramente me diría un predicador, es Dios. Pero mi idea de Dios ha cambiado tanto. A menudo afirmo que Dios no existe y es que me refiero a ese Dios que me inculcaron, siempre con la mejor intención, mis padres, la iglesia y casi todas las personas que han representado alguna autoridad para mí.
Mi psicólogo insiste en que todos los placeres que busca el ego son sustitutorios a la necesidad de encontrar a Dios y así regresar al todo, después de una individualización que experimenta el alma siguiendo una fuerza que él llama Karma. Entonces si nuestra alma forma parte de ese todo, como en los fractales, cada uno de nosotros es Dios. Es decir Dios se repite en cada alma, y cada alma es parte de Dios.
La última analogía a la que llegué para tratar de entender esto es imaginarme el alma o Dios, como la luz blanca que vista a través de un prisma se descompone en infinidad de colores, individualizados por su longitud de onda, pero al final parte del todo. Entonces cada color es una vida de un alma y a su vez cada alma es un color de la luz blanca de Dios.
La verdad ni yo me entiendo, pero el caso es que en algún momento también creí que la iluminación de la que hablan los budistas y otros, consistía en dejar de ser por un momento un color particular, renunciando así a la individualidad, es decir al ego, para convertirse en esa luz blanca que lo es todo.
Eso está bien, renunciar al ego, pero no puede hacerse totalmente porque entonces seríamos luz blanca y eso no es compatible con este mundo de colores. Por eso la iluminación dura fracciones de segundo que son una eternidad.
Bueno, después de un tiempo de acariciar la idea de alcanzar en algún momento la iluminación he renunciado, tal vez ese sea el camino ¿no? No sé, pero he renunciado porque ya no quiero creer en nada, ni en Dios ni en el alma ni en el ego, es decir, en nada. No quiero tener ilusiones, quiero ser libre de la necesidad de mejorar.
Alguien me dijo una vez que si dejara de tener ilusiones sería muy aburrido. ¿Y por qué no? Ser aburrido está mal sólo para quien se aburre contigo. Como dicen ¿quién está más loco, el loco o el que lo sigue?
Por eso tampoco quiero ya ser amigo de nadie, para que nadie me reproche mis errores, para que nadie me diga que si me siento mal es porque esa fue mi elección, qué si estoy solo es porque me he encargado de alejar a todos. Es cierto nuestra realidad la formamos nosotros.
Sería más fácil culpar a la legión de demonios que viven en mi y esperar a qué un ser divino venga a expulsarlos, pero tampoco eso sirve, no hay seres divinos caminando por ahí ni demonios que se hayan apoderado de mi alma. No, todo fue, ha sido y seguirá siendo mi elección, ya lo sé y no quiero que nadie me lo recuerde.
