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Es imposible no terminar siendo como los otros creen que uno es

Ha sido tanto el tiempo y el esfuerzo invertidos en formar mi coraza hacia los demás que creo que terminé por convencerme yo también de ser lo que todos creen que soy… un solitario y engreído payaso.

Mi necedad por alejar a las personas me dejó con un palmo de amigos que también poco a poco se van, hartos de mi sarcasmo e ironías.

No siempre he sido así, hubo un tiempo en el que creía fielmente en los principios elementales de una vida feliz:

  1. Estudiar una carrera.
  2. Formar una red de contactos útiles en lugar de una red de amigos inútiles.
  3. Ser exitoso en el trabajo, es decir, ganar mucho dinero, ser el jefe, etc.
  4. Comprar una casa.
  5. Sembrar un árbol.
  6. Viajar por el mundo, ir por lo menos una vez al año a un lugar que no se ha visitado antes.
  7. Buscar y encontrar a la mujer perfecta.
  8. Casarse con la mujer perfecta.
  9. Tener hijos.
  10. Formar hijos perfectos.
  11. Respetar y mantener a tu padre y madre… y a los de la mujer perfecta.

Afortunadamente los eventos de mi vida me han llevado a la conclusión de que nada de eso es real, es todo simplemente un juego, con reglas tan banales como cualquier otro, como el fútbol por ejemplo: no te salgas de la cancha, no toques el balón con las manos… llega a la meta.

Para qué sirve todo esto sino para jugar… el éxito o el fracaso en cualquier juego depende de la habilidad que tengamos para jugarlo y ésta a su vez de que tan bien fuimos entrenados para jugar.

Pero ¿todo esto tiene sentido? yo digo que no.

El sentido no está en los juegos que jugamos ni en los caminos que escogemos. El sentido está dentro de nosotros y para llegar a él hay que atravesar una coraza que desgraciadamente se hace cada vez más gruesa con nuestro empeño en seguir las reglas que hemos decidido cumplir en pos de una felicidad que parece siempre inalcanzable y que en consecuencia nos llena de frustración.

Y cada nuevo éxito, al igual que cada nuevo fracaso, nos cubre con una nueva capa de lodo que se seca y se hace piedra, haciéndonos olvidar lo que somos, a lo que venimos a este mundo.

Por lo regular son las grandes desgracias de nuestras vidas los únicos eventos que nos quiebran, que fracturan esas capas sobrepuestas de éxitos y fracasos… Y claro como nadie nos enseña a manejar semejantes situaciones no atinamos más que a deprimirnos, a perdernos, a maldecir, a negar y renegar por lo que nos pasa.

De éstas crisis lo único que nos queda al final son nuevas corazas, nuevas reglas, “nunca volveré a llorar”, “nunca me volveré a enamorar”, “nunca volveré a creer”, “nunca volveré a mostrar mis sentimientos”, “siempre desconfiaré”, “siempre tendré miedo”, “siempre seré fuerte”, “siempre seré el primero en irse”, “engañaré antes de que me engañen”…

Y nos formamos una imagen adhoc. Y empezamos a actuar de acuerdo a nuestra nueva apariencia, sin importar que de vez en cuando, en nuestro interior algo nos pida llorar, algo nos pida creer, algo nos pida ilusionarnos… “there’s a bluebird in my heart that, wants to get out, but I’m too tough for him… y que nadie puede ver.

Y así, inevitablemente la gente nos empieza a catalogar, nos pone la etiqueta que nos identifica como peligrosos, como personas a las que no es bueno acercarse, nos convertimos en la manzana podrida que hay que sacar del costal y nos quedamos solos.

Hasta que en nuestra soledad, sin nadie para ver en nuestro interior, nos convertimos poco a poco en lo que la gente cree que uno es.

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